martes, 31 de mayo de 2011

Posiblemente Iluminado


Que la película va a revolucionar el concepto de autor, que es la obra de un genio, que es un mamotreto, que es una estupidez, que está sobrevalorada, son sólo algunos de los fervorosos calificativos que recibió últimamente en los foros de Internet El árbol de la vida, la última película de Terrence Malick y reciente ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Lo curioso es que estas opiniones no fueron emitidas por personas que habían visto la película, sino que se basaban en las crónicas de algunos críticos que fueron a Cannes y  en la opinión que estos lectores y participantes de foros tenían de la obra previa del director. Realmente es raro leer a personas discutiendo tan efusivamente una película que no aún no vieron, pero por otro lado esta es la clase de reacciones que puede despertar un director capaz de generar tanta devoción y tanto rechazo al mismo tiempo.
Malick es un caso sumamente particular en Hollywood: sus películas han ganado premios en los festivales más importantes del mundo y dos de ellas (Badlands y Días de cielo) son obras imprescindibles del cine de autor de los setenta. Sin embargo, pese a esta fama y prestigio, el director no ha dado más que una sola y muy breve entrevista a lo largo de toda su carrera y se niega a ser fotografiado, según se dice, por timidez –algo raro siendo que no ha tenido problemas en actuar en algunas películas. Por otro lado, cuenta la leyenda que vive en un lugar aislado de Texas, conocido sólo para un círculo íntimo de amigos y familiares, desde donde ha pensado meticulosamente los cinco largometrajes que hizo a lo largo de cuarenta años (uno de ellos, La delgada línea roja, hecho después de un intervalo de dos décadas sin filmar).
Este tipo de vida, sumada a la distancia temporal entre una película y otra, ha hecho que Malick fuera comparado más de una vez con Stanley Kubrick, comparación que se vuelve todavía más inevitable si además se toma en cuenta que Malick, junto con Kubrick, es el único director en la historia cuyas escenas en exteriores están filmadas siempre a la misma hora (la "hora mágica", un momento del día específico en el que el cielo entrega un color azul especialmente vistoso, como lo muestra la imagen de La Delgada Línea Roja que puede verse aquí abajo). Las alusiones a Kubrick se volvieron más frecuentes todavía en estos últimos meses ya que El Árbol de la Vida está anunciada con un trailer que tiene una imagen calcada de 2001: Odisea en el espacio
Sin embargo, creo desacertado decir que Malick es una suerte de nuevo Kubrick, no sólo porque sus concepciones del mundo y del cine son muy diferentes, sino porque además las relaciones de ambos directores con la industria y el público son antitéticas. Kubrick era un cineasta sumamente popular y preocupado por que sus películas fueran comercialmente exitosas. De hecho, si podía tener esos espectaculares contratos con la Warner era porque la productora percibía la mayoría de las veces ganancias muy importantes con sus películas. El cine de Malick, en cambio, no tiene pretensiones masivas y parece estar hecho desde la convicción de que toda la costosa maquinaria hollywoodense puede estar al servicio de sus inquietudes formales y filosóficas. En este sentido es increíble ver por ejemplo cómo Malick puede utilizar a grandes estrellas de Hollywood en La delgada línea roja (John Travolta, George Clooney, Nick Nolte, Adrien Brody, Sean Penn) sólo para que aparezcan unos minutos en pantalla en papeles poco relevantes.
Al trabajar con Malick, estos actores participan no sólo de una película sino de una concepción del mundo que ha aparecido en todos los largometrajes del director y que ha venido siempre acompañada de un sello formal propio. Respecto de esto último se ha dicho que lo que hace reconocible el estilo de Malick es que es “poético”. Este concepto, a mi entender, es algo vago ya que es extensible a demasiados directores (puede hablarse de la poesía del cine de Godard, de Imamura, de Ford o de cualquier director que filme una cascada acompañada de música de violines). Lo que hace Malick es más bien adaptar su puesta en escena a la mirada de los personajes que narran las películas, criaturas que parecen ver el mundo por primera vez y sin entenderlo demasiado, percibiendo todo lo que los rodea con sentimientos que oscilan entre la fascinación y el extrañamiento.Los recursos utilizados para dar esta sensación van desde la mencionada utilización de la "hora mágica" para filmar exteriores hasta el uso de movimientos de cámara cercanos a algún objeto determinado (normalmente pastizales, aunque también construcciones edilicias) que dan la impresión de una cámara que quiere acariciar ese objeto o que se ha quedado extasiado con sus formas. También hay siempre en el cine de Malick momentos en los cuales se corta a un plano determinado que no tiene incidencia dramática (un animal por ejemplo), como si la mirada del director se distrajera de la acción principal para centrarse en otra cosa que le llamó la atención. A todo esto se le suma uno de los recursos estilísticos más famosos del realizador: la utilización del montaje paralelo que compara una acción humana con una escena natural, ya sea para establecer una similitud (la frialdad del asesino de Badlands con la frialdad de los pájaros) o un contraste (la agresividad de los soldados de La delgada línea roja frente a la pasividad de la fauna o la flora que los rodea).
Si bien estos aspectos formales son constantes en el cine de Malick, algo drástico cambió en su filmografía a partir de los noventa. De los relatos pequeños de una hora y media de duración en Badlands y Días de cielo, Malick pasó a películas de más de dos horas en donde las ambiciones filosóficas que eran laterales en sus primeras obras se hicieron de pronto mucho más centrales. Así es como en La delgada línea roja podemos encontrar por ejemplo que hay gente siendo asesinada mientras una voz en off empieza a preguntarse reflexivamente de dónde viene tanta maldad. Y lo extraño de esas escenas es que no resultan ridículas en su redundancia o en sus desmedidas pretensiones, quizás porque las imágenes son lo suficientemente fuertes como para que excusemos la redundancia de la voz que las comenta, o porque esa misma redundancia le da una belleza especial y más intensa a la imagen que vemos. Como sea, puede que en esa capacidad de Malick de que le salga bien algo que en manos de cualquier otro director hubiera generado vergüenza ajena se encuentre la posibilidad de que sea un genio. Por supuesto, esta redundancia también hace que uno se pregunte si estas películas resistirán el paso del tiempo y si los que acusan a Malick de ser un filósofo solemne de cuarta categoría y sermoneador de obviedades no estarán en lo cierto, pero en eso reside el riesgo de su obra.
Su última película, El árbol de la vida, que parece ser su largometraje más ambicioso, es la historia de un hombre que reflexiona sobre el principio del universo y sobre su propia crianza, y que sostiene que hay dos maneras de vivir: al modo de la naturaleza y al modo de la gracia. Nuevamente, ante semejante nivel de pretensiones, uno estaría dispuesto a pensar que el resultado no puede ser otro que ridículo. Pero se trata de Malick, y no es difícil imaginar que ese mismo material, en sus manos, puede dar algo realmente sorprendente y hasta conmovedor. Bastarán unos meses para finalmente comprobar qué tal nos cae la película, y sospecho que unos cuantos años para saber con seguridad si estuvimos ante un genio o un farsante.

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